La sala de toreros

Desde ayer, según entran los toreros al túnel de cuadrillas, a mano derecha, está la sala de toreros. Allí podrán reposar cómodamente, en sillones tipo Ikea, desde que llegan a la plaza hasta que empiece el paseíllo.

A ellos les vendrá genial. A los fotógrafos un poco peor. A los fans que se cuelan en el túnel, fatal.

Finiquitada la plácida estancia en la sala, se lidió una novillada de Flor de Jara. Salió con una nobleza excelsa, exquisita y excesiva. Tanto que es la primera vez que he oído quejarse a un apoderado de lo dulce del novillo de su torero. Esto se ve mucho en ganaderías de Santa Coloma últimamente y no parece muy bueno, no.

Abrió el cartel Carlos Guzmán. Le pegó unas buenas verónicas al cuarto.

Juan Carlos Rey ejecutó unas gaoneras con el capote doblado de forma que su tamaño quedaba reducido a la mitad. No recuerdo si esta suerte tiene nombre por sí misma y no lo voy a buscar en Google ni en "Todas las suertes", porque no lo tengo a mano. Si alguien me puede sacar de mi ignorancia (sobre este punto sólo, no de toda ella, que es tarea inabordable) se lo agradeceré.

Se llevó una voltereta feísima de la que lo peor, como tantas veces, pudo ser la caída. Por suerte, hoy sólo le dolerán todos los huesos, pero nada más.

José María Arenas clavó con velocidad, voluntad y poca precisión. Debería tener cuidado con la lengua, no se la vaya a partir un día.

Nos fuimos prontito a casa, la novillada duró dos horas justas, y no pasamos demasiado frío. En general, el aterrizaje fue suave. Anodino, pero suave.