Al final, y por desgracia, todos fueron demasiados para Daniel Luque.
Seguro que cuando los mayorales (que esta vez eran dos) dejaron los toros enchiquerados y listos para lidiarse pensaban que iban a ser los mejores toros del mundo por la tarde.
Hasta los propios toros se lo creerían. Seguro.
También Daniel Luque creería que iba a ser el mejor torero del mundo. Y antes, cuando firmó el contrato. Y antes aún, cuando a alguien se le ocurrió la idea. Por cierto, ¿a quién se le ocurrió la idea?
Luque estaría en el túnel con la ilusión de comerse la plaza, los seis toros y todo lo que rondara por el ruedo.
Al chaval se le salían los ojos.
Se hizo la típica foto con toda la cuadrilla. Esta parte no debió de gustarle un pelo porque Luque no es exactamente uno de los toreros que más se prestan a que los fotógrafos le demos el coñazo haciendo nuestro trabajo. Algunos se mosquean con este tipo de toreros. A mí me parece cojonudo. Con lo que se tiene que pasar ahí, como para encima estar pendiente de las fotos.
A pesar de eso, aguantó como un campeón hasta la hora del paseíllo.
Hasta que salió el toro. Y aquí es cuando empezó a venirse la tarde abajo. Odio el "ya te lo decía yo", pero venir a encerrarse en solitario con tres juampedros y tres nuñezdelcuvillo es jugar a la ruleta rusa con balas hasta en la recámara. Ronda el suicidio.
La cosa no empezó mal (del todo). Luque se sintió a gusto con el capote en los saludos.
Y también en los quites.
Lo malo llegó en el último tercio. Luque anduvo toda la tarde sin ideas. Yo no esperaba ver a un torero exquisito, pero sí al tío hambriento que me gustó en el San Isidro pasado o el día de su confirmación, cuando intentó desesperado que no sólo se hablara de José Tomás.
Los principios de las faenas hacían recuperar un poco de ilusión, pero enseguida se enredaba en un toreo lineal, carente de mando, de sustancia.
Y no es cuestión, ni mucho menos, de que le faltara variedad, que es algo de lo que todo el mundo se acuerda cuando alguien mata seis toros. La única variedad, la verdaderamente útil, es ser capaz de pegarle media docena de verónicas y veinte naturales a los seis toros que salgan por los chiqueros. Lo demás, si llega, estupendo, pero lo de los naturales y las verónicas es lo fundamental. Aparte, por supuesto, de superar las dificultades que planteen esos seis toros, pero dificultades, ayer, tampoco es que hubiera muchas más allá de las normales de los kilos, los pitones y la fuerza de todos los toros del mundo, por malos (mansos, descastados) que estos sean.
La espada, después de las verónicas y los naturales, es lo más importante en estas tardes.
Y tampoco estuvo bien con ella Daniel Luque. Nada Bien.
Fue una tarde en la que casi todo lo que podía salir mal salió mal.
Al final, impotencia. La sensación de que Luque y su entorno midieron mal las fuerzas y de que la ambición que había demostrado hasta ahora le llega para compartir terna, pero no para ser el protagonista único. El entorno se fue hablando de mala suerte, de lo fría que había estado la gente, de que algunos protestaban todo... Si siguieron con ese discurso mucho rato se engañan. Y ellos, profesionales, deben saberlo.
La salida del torero de la plaza fue triste. Ni una ovación, sólo alguna voz de ánimo, alguna palmada y algún inoportuno que pretendía hacerse una foto con él. Anda que iba a salir Luque con una cara de alegría como para guardarla de recuerdo.
Aun así, todavía alguna mano se coló en su furgoneta para desearle suerte en sus próximas tardes. A Las Ventas vuelve con Garcigrande y Núñez del Cuvillo, que son toros de esos "de garantías" que ese público terrible y levantisco, cuya máxima pasión son los toros, siempre protesta. Yo también le deseo suerte.
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4 comentarios:
FUERA TAURODELTA... YA!!!...
PERO YA!...
Que envidia de fotografias.
Envidia sana
Nunca me había pasado, pero tus fotos hacen mejor lo que allí sucedió.
Parece el de Gladiator en tus fotacas, pero en la plaza parecía otra cosa.
Eso es porque las pongo grandes, Óscar.
Gracias, Florencio, por tu envidia. :-)
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