Mientras dos astros, interplanetario uno, de Velilla de San Antonio el otro, toreaban en defensa de la fiesta en Ávila, tres chavales se jugaban su futuro en Las Ventas. Los astros se enfrentaron (es un decir) a una corrida que debió de ser lamentable para que hasta en el portal más bodeguero aseguren sin pudor que fue impresentable. Los niños se midieron a una novillada de El Serrano, que salió bastante pobre, pero que debió medir varias cuartas más que el ganado escogido para el magno acontecimiento de la ciudad de la santa. En la foto se ve al tercer novillo.
Lo de la defensa de la fiesta está muy bien, igual hasta es necesario, pero parece un contrasentido montar una corrida de toros para promocionar este espectáculo y dejarse en casa (en el campo) los toros. A los taurinos les pasa con frecuencia. Recordemos brevemente la final del campeonato del mundo del toreo, aquel duelo dulce para la reventa de El Juli, Castella y Talavante en Las Ventas. Una vez más se dio la paradoja de que los más capaces (en teoría) se enfrentaron a una corrida inexistente, a unos pobres animales que vagaron por el ruedo siguiendo obedientes los trapos sin codicia, acometividad o poder. Resultado: ruina.
Como se sabe desde hace tiempo, el enemigo no está en los antitaurinos, sino en los mismos ruedos. 30 tardes de toros en Las Ventas, que podrían suponer el mayor escaparate posible, son una sucesión de festejos aburridos sin contenido. Luego vemos que a las ganaderías más duras, las más complejas de lidiar, se enfrentan los toreros con menos recursos. Algunos como Rafaelillo se superan y salen lanzados a mejores puestos en el escalafón para seguir peleándose con las corridas serias, duras y exigentes. En la otra orilla están las figuras, que siempre seleccionan las ganaderías de garantías. “¿Garantía de qué?”, se pregunta el aficionado. Y la respuesta nunca tarda en llegar. Garantía de muermo, de invalidez, de descaste y de falta de presencia. Garantía de míseros puyazos, de fulminantes cambios de tercio y de cuidados intensivos en el último tercio. Es como si el Madrid y el Barça jugaran todos sus partidos con el balón pinchado. Seguramente la gente terminaría perdiendo el interés, porque a un balón pinchado, ni Messi es capaz de encontrarle la magia. Pues aquí los mismo: otras tres finales sin toros, otros dos duelos al sol privados de ganado y se acabaron las peregrinaciones, la reventa y la atención de los medios no especializados.
En Madrid, por cierto, poca cosa. Los chavales tiraron mucho de rodillazo, ensayaron con gran éxito los desplantes y perdonaron, albricias, pocos quites. Otra cosa es el toreo fundamental, que necesita algo más de experiencia para fluir en Las Ventas con una novillada que a poco más de 100 kilómetros de Madrid habría sido considerada una espectacular corrida de toros.
lunes, 23 de julio de 2007
En defensa de la fiesta... la hacemos sin toros
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